En la profunda noche del bosque
solivianta mi sueño
el rugido de una bestia.
Temeroso abro mis ojos
y me visto de valor.
Sombras de pinos que bailan
la danza del leve viento.
Piedras blancas,
verdes arbustos,
rumor de agua
que galopa
rumbo al mar.
La luna brilla,
el miedo se marcha.
Todo está bien.
Vuelvo al lecho,
sonrío,
me rindo al sueño.
La mañana se presenta,
salgo a disfrutar
de su luz,
de su aroma,
de la paz que
buscaba.
Me siento
en el banco de piedra,
alzo la vista y,
enredado en la parra,
hay un pañuelo de seda.
Blanco como
la nieve pura,
limpio como
el primer manantial.
Tiene mi nombre
bordado
con letras
hechas de amor.
Busco con la mirada,
pregunto casi sin voz:
-Mamá, ¿estás ahí?
No hay respuesta,
no puede haberla,
pero ella estuvo aquí,
protegiendo a su niño.
Ya no tengo miedo.
Ya no lo tendré...
Ya no...
Santi Malasombra
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