domingo, 3 de junio de 2012

V

   Estuve tres años en el ejército. En La Legión española. Porqué me alisté es una historia muy larga y no es el tema de este post. Recuerdo a un tipo que nos visitaba regularmente, Pablo. De aspecto desaliñado. El típico hippy que todos podéis imaginar. Tenía un don de gentes que hacia que le cayese bien a todo el mundo.
   Nos soltaba unos discursos impresionantes sobre su visión de la vida, alejada del materialismo que nos consumía y nos sigue consumiendo hoy en día.
   Evidentemente, sus palabras no le daban de comer. Construía  con sus propias manos pipas de cañas de bambú, cajitas para hachis y papel de fumar, collares, pulseras, etc.
   La primera vez que hablé con él me dio cierta pena, pero a los pocos minutos descubrí que lo que sentía es envidia sana. Tenía las ideas muy claras y disfrutaba de la vida, de los pequeños placeres sin marcarse grandes objetivos. Sólo sobrevivir un día más.
   Recorría toda Andalucía de cuartel en cuartel, refugiándose en los alrededores y vendiendo sus cosas.
Cada dos o tres semanas aparecía por el nuestro, en la serranía de Ronda.
   Pasaba la noche debajo de un gran olmo que había a pocos metros del cuartel en su saco de dormir.
   Una fría mañana de Enero, la patrulla de la Policía Militar lo halló muerto. No había conseguido sobrevivir a la helada nocturna.
   Pablo nos enseñó a muchos a vivir. A valorar lo que tenemos.
   La Guardia Civil se hizo cargo del cuerpo y gracias al Coronel-Jefe de nuestro Tercio nos enteramos de que no tenía familia.
  Rudos e implacables legionarios velamos su cadáver y lloramos por él. Se hizo una colecta para pagar su incineración y en un acto marcial y militar esparcimos sus cenizas bajo aquel olmo, que era su casa cuando nos visitaba.
   Han pasado muchos años desde entonces y de vez en cuando me acuerdo de aquel hombre privilegiado. Digo bien, privilegiado. Su mirada delataba que era feliz.
   Descansa en paz, Pablo.
 

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